Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa. Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba consumado, dijo, para que la Escritura se cumpliese: Tengo sed.
Juan es el único evangelista que relata esta escena en la que él y la madre de Jesús estaban presentes. Aunque su amor a Jesús lo atrajo a la cruz mientras otros huían, sus corazones estaban llenos de dolor al verlo sufrir. Pero Jesús, en lugar de concentrarse en su propio dolor, se preocupó por el sufrimiento de su madre y le ofreció palabras de consuelo, atendiendo a sus necesidades físicas y emocionales.
Si usted está atravesando por un profundo sufrimiento y se siente completamente solo, recuerde esto: Jesús se preocupa por usted. Su amor, que lo llevó a la cruz, está lleno de compasión y está listo para satisfacer todas sus necesidades.
Tengo sed, exclamó Jesús, quien había estado colgado en la cruz durante seis horas bajo el calor del día. Fue la primera vez que expresó algo acerca de su dolor físico, exclamando estas palabras con gran angustia. Esto se refleja en el Salmo 22: “Como un tiesto se secó mi vigor, y mi lengua se pegó a mi paladar” (Sal. 22:15). No hubo ningún ángel que vinera para fortalecerlo. Nadie se compadeció de él en su momento de mayor necesidad. Lo único que los hombres le ofrecieron fue beber vinagre agrio.
Este clamor del Señor Jesús, tengo sed, tiene un significado más profundo, ya que refleja su sacrificio en la cruz por amor a nosotros. Su sed representa el deseo de nuestra salvación, lo que lo llevó a entregarse por nosotros. Este mismo Jesús, quien una vez cansado, se sentó junto al pozo de Sicar y pidió agua a una mujer samaritana, y que luego le ofreció agua viva para saciar su sed espiritual. Acérquese a él para que pueda saciar el anhelo de su corazón.
Jacob Redekop