El Señor Está Cerca

Miércoles
27
Agosto

Diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate. Pero Dios le dijo: Necio.

(Lucas 12:19-20)

Ricos para con Dios

Este tipo de personas ha existido siempre en nuestro mundo. Son hombres a los que la generosidad del Creador ha otorgado favores especiales, pero utilizan su prosperidad únicamente para excluir a Dios de sus pensamientos. El hombre rico de la parábola se enfrentaba a un problema material. Sus tierras habían sido sumamente productivas y sus graneros estaban totalmente llenos. Se veía en la necesidad de construir otros más grandes. Estaba tan seguro de sí mismo que ni siquiera se lo ocurrió pensar en la posibilidad de un contratiempo en sus planes. En su mente, no había lugar para Dios ni para la eternidad. Su perspectiva estaba limitada a este mundo y depositaba su confianza en la posesión y disfrute perpetuo de sus bienes. Debería haber recordado que, a diferencia de los animales, el hombre posee una vida más allá de este mundo, pues todos debemos enfrentarnos a Dios, a quien debemos rendir cuentas.

Dios le dijo a este hombre, y a todos los que son como él: ¡Necio! Este término no resulta excesivo para describir a quien desconoce, o se niega a reconocer, que su alma perdura más allá de la muerte. Sin duda, aquel que solo considera sus pocos años de vida en este mundo, sin tener en cuenta los innumerables siglos por venir, es un necio.

Cuando un multimillonario muere, inmediatamente surge la siguiente pregunta: ¿Cuánto dejó? Sin embargo, la respuesta más importante y solemne es: Lo dejó todo. Esta es una realidad tanto para ricos como para pobres. En esta parábola, Dios le advierte al rico insensato: “Esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?”.

En la hora de la muerte, queda en evidencia que los bienes le pertenecen a su dueño por un tiempo breve. Abrir los ojos en la eternidad y reconocer en ese momento este error debe ser algo aterrador. No obstante, si tomamos conciencia de ello hoy, podremos ser conducidos a creer en Dios y en su amado Hijo, el Salvador.

W. W. Fereday

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