Nuestra ciudadanía está en los cielos.
La Iglesia es un pueblo celestial. Su ciudadanía está en los cielos, su llamamiento es celestial y sus bendiciones son espirituales, cuyo goce está en los lugares celestiales (véase He. 3:1; Ef. 1:3). Su herencia se encuentra reservada en los cielos y ella es el cuerpo de Cristo, quien está glorificado a la diestra de Dios (véase 1 P. 1:4; Ef. 1:20-22).
¿Podría esta Iglesia tener un futuro en la tierra? ¿Acaso sería posible que el cuerpo permanezca siempre en la tierra, mientras su Cabeza está en los cielos? ¿Podría el porvenir de la Iglesia materializarse en un lugar diferente al país donde reside su ciudadanía? ¡Donde la Cabeza está, el cuerpo será unida a ella en perfección! Las Escrituras nos enseñan de manera clara que el futuro de la Iglesia se encuentra en los cielos.
Después de hablarnos sobre nuestra ciudadanía en los cielos, el Espíritu Santo nos dice: “De donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya” (vv. 20-21). En 1 Tesalonicenses 1:10 se nos indica que la Iglesia espera al Hijo de Dios desde los cielos.
Al referirse a nuestros cuerpos como débiles tabernáculos, el apóstol Pablo expresa que los cristianos anhelamos ser revestidos de “nuestra habitación celestial” (2 Co. 5:1-2). El mismo Señor Jesús consoló a sus discípulos con estas palabras: “Vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Jn. 14:3).
Finalmente, en Apocalipsis 3:11 y 22:20, escuchamos nuevamente la voz del Señor que nos consuela diciendo: “Vengo pronto”, y la respuesta de la fe es: “Amén; sí, ven, Señor Jesús”.
Por tanto, la Iglesia no permanecerá para siempre en este mundo. Su anhelo por su divino Esposo, por su patria celestial, será satisfecho. El Señor Jesucristo vendrá a buscarla: “Y así estaremos siempre con el Señor. Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras” (1 Ts. 4:17-18).
H. L. Heijkoop