Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, oh Jehová, roca mía, y redentor mío.
David comienza este salmo exaltando la majestuosidad de los cielos creados, los cuales proclaman la gloria de Dios. Luego, describe al sol como un esposo que sale de su habitación, una hermosa figura de Cristo en su esplendor real, iluminando todo el mundo con el objetivo de bendecir a toda la humanidad.
Más adelante en este salmo, David expresa un profundo respeto por la Palabra de Dios. Medita en la Ley de Jehová, su testimonio y sus juicios. De ellos escribe: “Deseables son más que el oro, y más que mucho oro afinado; Y dulces más que miel, y que la que destila del panal” (v. 10). El impresionante testimonio de la creación tuvo un efecto oportuno en el alma del salmista, ya que lo llevó a apreciar aún más la invaluable Palabra de Dios. Este proceso culmina de manera maravillosa en el versículo 14, que es el versículo de hoy. ¿Qué hijo de Dios no se siente conmovido por estas palabras? ¿No oramos acaso con la esperanza de que nuestras palabras se moldeen de tal forma que sean aceptables a nuestro gran Dios, lleno de gloria y verdad? ¿Tenemos el cuidado de no pronunciar palabras dañinas o inútiles, evitándolas a toda costa? Necesitamos orar abundantemente para que nuestras palabras sean aceptables para él.
¿Y qué hay de las meditaciones ocultas de nuestro corazón? Aquello en lo que meditamos influirá profundamente en lo que emanará de nuestra boca. Mateo 12:34 nos lo recuerda: “Porque de la abundancia del corazón habla la boca”. Si oramos con un auténtico anhelo de que Dios dirija las meditaciones de nuestros corazones de una manera que sean aceptable a él, ¿acaso no responderá a nuestra súplica? Esto no solo lo agradará a él, sino que se convertirá en una bendición inestimable para nuestras propias almas. “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” (Sal. 139:23-24).
L. M. Grant