He aquí a sus espaldas un carnero trabado en un zarzal por sus cuernos.
El carnero simboliza la consagración, mientras que sus cuernos representan la fuerza. Este carnero, atrapado por sus cuernos en un zarzal, nos hace recordar la agonía de nuestro bendito Señor Jesús en el huerto del Getsemaní. Consciente del inminente peligro que significaba estar atrapado en el zarzal y ser devorado por los depredadores, el carnero instintivamente intentó liberarse, aunque sin éxito. El zarzal, lleno de espinas y cardos, quizás representa la tierra maldita por causa del pecado del hombre (véase Gn. 3:17-18).
Nuestro Señor, el bendito Hijo eterno, cuando se hizo hombre, expresó claramente: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar” (Jn. 10:18-18). La cruz por sí misma nunca podría haberle causado la muerte, por lo que fue él quien voluntariamente entregó su vida por nosotros en la cruz. La intensidad del conflicto que nuestro Señor libró en el Getsemaní es algo que está más allá de nuestra comprensión. De la misma manera, no podemos entender plenamente la gravedad de sus sufrimientos cuando cargó nuestros pecados sobre su cuerpo en el madero.
Ahora bien, solo los cuernos del carnero quedaron atrapados en el zarzal, no su cuerpo. Por lo tanto, el carnero permaneció inmaculado y sin defectos, apto y listo para ser el sustituto de Isaac en el sacrificio.
Cuando nos reunimos para partir el pan, ¿acaso no se conmueven nuestros corazones al contemplar los sufrimientos de nuestro bendito Salvador? El Señor Jesús les dijo a los judíos de su tiempo: “Abraham vuestro padre se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó” (Jn. 8:56). Al ver al carnero atrapado en el zarzal por sus cuernos, Abraham pudo presenciar el día del Señor y se llenó de gozo.
F. S. W.