Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy.
Cristo les dijo a quienes habían creído en él: “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (vv. 31-32). Al igual que los judíos en aquella época, hay quienes pueden ofenderse ante la aseveración de que son esclavos. Ante esto, Cristo afirma: “De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado” (v. 34). Esta es una realidad a la que todos nos enfrentamos, y la esclavitud al pecado es la más dura de todas. Sin embargo, es alentador escuchar a Cristo decir: “Si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (v. 36).
Aunque sus oyentes confiaban en su vínculo natural con Abraham, su hostilidad hacia Cristo demostró que realmente no eran descendientes del patriarca ni de Dios, sino del diablo. Cristo, quien siempre habló con verdad, fue insultado cuando sus acusadores no hallaron cómo culparlo. Ante esto, Cristo encomendó las cosas en manos de Dios. Este estallido de violencia anticipaba la persecución de los creyentes, por lo que Cristo anima a sus discípulos, diciendo: “De cierto, de cierto os digo, que el que guarda mi palabra, nunca verá muerte” (v. 51). Aunque puede que enfrenten la muerte, esta no es el fin, sino tan solo una puerta que conduce a la presencia y bendición de Dios.
Finalmente, el Señor comenzó a hablar de sí mismo en relación con Abraham, el padre que tanto respetaban sus enemigos. Les aseguró que Abraham se alegró al anticipar su día, y lo vio, y se gozó. La fe de Abraham preveía la venida del Señor a través de Isaac, el ansiado hijo de la promesa. Sus adversarios no entendieron sus palabras ni su significado, por lo que comenzaron a hablar de él como si fuera un hombre común. Esto lo llevó a hacer la gran proclamación del versículo de hoy. Sí, aquel que se hizo hombre es y siempre será Dios, el gran Yo soy. Hoy en día, las bendiciones del “creyente Abraham” son nuestras en Cristo (Gá. 3:9, 14). ¡Que Dios nos halle siendo fieles a él!
Simon Attwood