No hay racimo de uvas que comer, ni higo temprano que tanto deseo.
(Miqueas 7:1 NBLA)
Miqueas le comunicó a Israel el rechazo de Dios hacia el servicio religioso que realizaban, diciéndoles: “Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios” (Miq. 6:8). Los sentimientos de Miqueas reflejan los sentimientos de Jehová. El profeta Miqueas anhelaba disfrutar de los primeros frutos maduros. No obstante, debido a los pecados del pueblo, Dios había maldecido sus cosechas. Metafóricamente, no pudo encontrar el fruto espiritual que todo siervo de Dios anhela ver en aquellos a quienes ha predicado la Palabra de Dios.
“Y viendo una higuera cerca del camino, vino a ella, y no halló nada en ella, sino hojas solamente; y le dijo: Nunca jamás nazca de ti fruto. Y luego se secó la higuera” (Mt. 21:19). Como Miqueas, el Señor Jesús anhelaba comer los frutos de la higuera (Israel), pero solo encontró una apariencia superficial representada en las hojas. Él la juzgó porque “la carne para nada aprovecha” (Jn. 6:63) y la condenó para siempre.
Vemos lo mismo en el apóstol Pablo, quien escribió: “No es que busque dádivas, sino que busco fruto que abunde en vuestra cuenta” (Fil. 4:17). El gran apóstol de los gentiles, como buen obrero, trabajó incansablemente entre los creyentes, sin buscar un beneficio monetario, sino para ver frutos que se acreditaran a su cuenta. Les dijo a los creyentes en Filipos que “Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Fil. 2:13).
Necesitamos el poder del Espíritu Santo para producir frutos que agraden a Dios. ¡Oh, que el hermoso racimo del fruto del Espíritu se manifieste en mi vida y en la tuya!
Richard A. Barnett