Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros.
El pródigo se levantó de su condición adversa con la firme determinación de regresar con su padre. Este acto estuvo motivado por el arrepentimiento. Consciente de su difícil situación, él comenzó a valorar nuevamente las bondades del hogar paterno. En sus pensamientos, él preparó la confesión que le diría a su padre cuando volviera a casa. Su confesión comenzaría diciendo: “He pecado”, lo cual era verdad; aunque la parte final de su declaración no era del todo cierta. La esperanza del pródigo era ser tratado como un jornalero, uno de los trabajadores de su padre. Esta forma de pensar no se alineaba con el corazón de su padre, el cual estaba lleno de amor y generosidad. La realidad es que aún no conocía realmente a su padre y tenía dudas de cómo sería recibido.
Esta es una condición común entre muchos cristianos, quienes viven atrapados en la condición mencionada en Romanos 7. Aunque han nacido de nuevo, se someten a los mandatos de la Ley y no tienen plena liberación y paz en términos de su aceptación y posición ante Dios. Ponerse bajo la ley equivale a querer ser un jornalero o esclavo. Pablo lo aclaró en la Epístola a los Gálatas, donde enseña que someterse a la ley equivale a un estado que “en nada difiere del esclavo” (véase Gá. 4:1-7). En esa epístola, Pablo contrapone la condición de esclavo con la condición de hijo.
A medida que el hijo pródigo se acercaba a la casa de su padre, sus temores y preocupaciones aumentaban. Experimentaba una verdadera transformación en su corazón, reconocía la bondad de su padre, aunque aún no tenía una seguridad total. ¡Qué fiel reflejo de la condición de muchos creyentes en algún momento de su vida!
Querido lector, si usted se encuentra en esta condición, deje que el corazón del Padre lo abrace y le de la seguridad de que usted es su hijo, no un esclavo.
Brian Reynolds