Si oyeres que se dice de alguna de tus ciudades… que han salido de en medio de ti hombres impíos… diciendo: Vamos y sirvamos a dioses ajenos, que vosotros no conocisteis; tú inquirirás… y si pareciere verdad… irremisiblemente herirás a filo de espada… destruyéndola con todo lo que en ella hubiere.
Si una ciudad completa en Israel caía en la idolatría, la nación tenía la responsabilidad de investigar minuciosamente y, si se confirmaba tal acto, debía erradicar el mal por completo, lo que requería la destrucción total de aquella ciudad, incluyendo sus habitantes y su ganado. Los restos debían ser juntados y quemados en honor a Jehová.
Desde la perspectiva de los principios del Nuevo Testamento, si una ciudad estaba destinada al juicio divino debido a su maldad, ¿qué debían hacer aquellos que seguían siendo fieles? Lo único que podían hacer era dejarlo todo de inmediato y huir antes que fuera demasiado tarde. Cuando ya no es posible juzgar el mal, la única opción restante es separarse de él. En tales situaciones, los fieles individualmente no podían hacer nada para cambiar o reformar su entorno. Sin embargo, la nación en conjunto aún tenía la posibilidad de juzgar el mal, tal como se nos presenta en estos versículos.
Este principio de separación, que se aplica cuando el juicio ya no es posible, es una enseñanza explícita en el Nuevo Testamento. En 2 Timoteo 2:19 leemos: “Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo”. El deber de todo aquel que invoca el nombre del Señor es apartarse del mal cuando ya no es posible juzgarlo. Dios es inmutable. Asimismo, Apocalipsis 18:4 dice: “Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte de sus plagas”. Claramente se realizará el mismo llamado a los fieles durante la gran tribulación.
Si alguien se encuentra en la difícil situación de tener que tomar esta decisión, debe hacerlo con humildad y profunda tristeza, ya que el mal se está tolerando en el lugar del cual está separándose. Después de esto, el Señor quiere que busquemos la compañía de aquellos que lo invocan con corazón limpio (2 Ti. 2:22).
Alexandre Leclerc