Entonces Abraham alzó los ojos y miró, y vio un carnero detrás de él trabado por los cuernos en un matorral. Abraham fue, tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo.
(Génesis 22:13 NBLA)
Querido lector, aprecie la belleza de la palabra detrás. Quizás se pregunta: ¿Por qué detrás y no delante? Evidentemente, si el carnero hubiese estado frente al altar que Abraham había edificado, este no habría pasado inadvertido antes de que él sacrificara a su hijo Isaac. La bendición llega solo después de una obediencia arraigada en la fe.
Abraham “alzó los ojos y miró”. Para ver al carnero, Abraham tuvo que alzar la vista. De manera similar, para contemplar al Cordero de Dios, debemos aprender a elevar nuestra mirada con fe, desviándola de nosotros mismos y de lo terrenal. La ubicación del carnero nos recuerda el hecho de que hemos sido rescatados “con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros” (1 P. 1:19-20). ¡Qué gran alcance tiene la palabra antes en este último versículo! Dios amó a su Hijo “desde antes de la fundación del mundo” (Jn. 17:24). De la misma forma, Dios nos escogió en él desde “antes de la fundación del mundo” (Ef. 1:4).
Cuando nos reunimos el primer día de la semana, sentados a la mesa del Señor para hacer memoria de él al partir el pan, nosotros también miramos detrás, con gran reverencia, hacia la cruz del Calvario, e incluso aún más atrás: hacia antes de la fundación del mundo.
¡Quedamos maravillados al contemplar las maravillas de Dios! Al mismo tiempo, elevamos nuestra mirada al Cordero en los cielos, quien está sentado en la gloria como el centro de toda adoración, ¡y lo será por toda la eternidad!
F. S. W.
C. Malan