Sion dijo: Me dejó Jehová, y el Señor se olvidó de mí. ¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti.
Isaías vivió en una época sumamente turbulenta. El pueblo de Israel se había desviado del Dios vivo para adorar a los ídolos. A pesar de las incansables advertencias de Isaías, el pueblo no se había arrepentido de su rebelión y maldad, y sus innumerables sacrificios se habían convertido en una abominación a los ojos de Jehová. Por este motivo, Dios, en su sabiduría y justicia perfectas, permitió que los caldeos invadieran la tierra y llevaran cautivos a muchos. Aunque el pueblo perdió toda esperanza debido a la desolación y pensó que Dios se había olvidado de ellos, Dios nunca se olvidó de ellos y continuamente les rogaba para que se volviesen a él. Por ejemplo, esto lo vemos reflejado en las palabras de Isaías 55:7: “Vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar”.
Dios no nos trata según lo que merecemos, ¡cuánto nos humilla esto! Sin embargo, si nos tratase según merecemos, ¡estaríamos condenados! Pero en su gracia, siempre está dispuesto a atraernos hacia él. Un claro ejemplo de esto en el Nuevo Testamento es Simón Pedro, quien negó al Señor Jesús. Cuando esto sucedió, leemos: “Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro” (Lc. 22:61). Esta mirada refleja el amor y la compasión de Jesús. ¡Esa mirada desagarró el corazón de Pedro y lo hizo llorar amargamente! Juan 21 relata cómo el Señor Jesús restauró a Pedro y le encomendó el cuidado de Sus ovejas. A pesar de su negación, el Señor atrajo a Pedro nuevamente hacia él, lleno de amor y ternura. Pedro entonces le dijo al Señor: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo”, Entonces, Jesús le dijo: “Sígueme” (Jn. 21:17, 19).
Jacob Redekop