Andad según el Espíritu, y no cumpliréis los deseos de la carne.
(Gálatas 5:16 VM)
Andar en el Espíritu significa renunciar completamente a los intereses personales, el orgullo, la autosuficiencia y todo lo que pertenece a nuestro yo. En lugar de eso, debemos centrar nuestra atención en Cristo, que es el objetivo que el Espíritu de Dios busca alcanzar en todos nosotros. Esto no implica una determinación carnal, sino una auténtica renuncia a nosotros mismos para apreciar completamente lo que Dios es y lo que ha hecho. El Espíritu de Dios mora en cada creyente y, al someternos a su dirección y poder, no permitiremos que la carne tenga la oportunidad de actuar.
En realidad, esta verdad es muy sencilla, pero puede ser muy difícil para los cristianos debido a nuestro orgullo natural que prefiere atribuir los logros a uno mismo en lugar de dar todo el mérito a Dios. La carne y el Espíritu se oponen entre sí (v. 17); no comparten ningún punto en común. Dios no compartirá su gloria con nadie (véase Is. 42:8; 48:11) y la carne no abandonará su egoísmo y deshonestidad.
Algunos creyentes creen erróneamente que andar en el Espíritu es similar a un requisito equiparable a las normas de la Ley y, por lo tanto, se esfuerzan intensamente por alcanzar tal experiencia. Sin embargo, lo que realmente se necesita es la paciencia de la fe y un sereno descanso en la presencia de Dios. El Espíritu de Dios no nos lleva a establecer reglas legalistas como directrices, sino que, cuando nuestro corazón y mente están centrados en Cristo, nos guía hacia un estándar mucho más puro y completo que la Ley. ¡Qué dulzura y qué alegría hay en esta posición de descanso en Dios! Es un cimiento perfecto para una vida consagrada a él. El resultado de andar en el Espíritu es el fruto del Espíritu, tal como lo leemos en Gálatas 5:22-23: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio (NBLA). Estas características no son grandes obras exteriores, sino virtudes pacíficas y hermosas. El Espíritu de Dios siempre nos dirige hacia Cristo como el único objeto que puede cautivar nuestros corazones.
L. M. Grant