El Señor Está Cerca

Día del Señor
27
Julio

Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti.

(Juan 17:1)

La oración del Señor Jesús por los suyos

El Hijo de Dios, con la confianza de una comunión ininterrumpida, elevó su mirada al cielo. Tenemos el privilegio de percibir, con reverencia, los latidos de un corazón sintonía con el corazón del Padre. A pesar de tener todo el derecho de ser glorificado como igual al Padre, él lo pidió en su oración, sin renunciar al papel que asumió como Hombre, tal como se describe en Filipenses 2:6-11.

El Hombre Cristo Jesús pidió ser glorificado con la gloria eterna que compartía con el Padre antes de la fundación del mundo. Anticipadamente, él pudo afirmar haber acabado la obra que el Padre le había dado que hiciese (v. 4). Posteriormente, en la cruz, él proclamó su cumplimiento: “Consumado es” (Jn. 19:30). Esta proclamación nos llena de gozo, ya que en ella vemos cómo Dios ha sido vindicado con respecto al asunto del pecado y ante cualquier acusación contra su santidad; y, además, en ella también vemos cómo nuestra redención ha quedado asegurada eternamente. Él no pidió ser glorificado por interés personal, sino para poder glorificar al Padre al otorgar vida eterna a los que el Padre le había dado. ¡Qué belleza moral e inefable! Tanto el Padre como el Hijo tenían el mismo deseo: dar vida eterna a quienes estábamos muertos en nuestros delitos y pecados (Ef. 2:1).

Por lo tanto, no nos sorprende que él mismo sea quien intercede por aquellos que le han sido confiados, rogando que sean guardados del mal que hay en un mundo lleno de corrupción y pecado (v. 15). Finalmente, él expresó su propósito para ellos: “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria” (v. 24).

Richard A. Barnett

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