Oh amados, estamos persuadidos de cosas mejores, y que pertenecen a la salvación, aunque hablamos así.
Este versículo se encuentra en un pasaje a menudo malinterpretado y que muchas veces se utiliza para torcer la doctrina cristiana. No obstante, dejemos que sea un estímulo y un desafío para nosotros. La palabra salvación se menciona siete veces en Hebreos. Nuestra posición “en Cristo Jesús” denota una salvación completa, la cual poseemos y gozamos incluso ahora (véase Ef. 2:1-10). Como creyentes en este mundo, al cual ya no pertenecemos, vamos camino al cielo, con la plena certeza de que alcanzaremos nuestro destino. Mientras tanto, estamos expuestos a ataques y amenazas mortales. La salvación de estos peligros, proporcionada diariamente por Dios, es imprescindible. Además, anhelamos que el Señor Jesús, como nuestro Salvador, venga a buscarnos y transforme nuestros cuerpos para que sean semejantes al cuerpo de la gloria suya (Fil. 3:20-21). Esta salvación se llevará a cabo en el arrebatamiento de la Iglesia (véase 1 Ts. 4:16-18; 1 Co. 15:51-58).
El autor de esta epístola destaca la importancia de progresar, algo que solo es factible cuando confiamos en Dios y nos apoyamos en la obra del Espíritu Santo, mientras que al mismo tiempo nos sometemos a la Palabra de Dios (véase He. 6:1-3). En este contexto, el escritor deja en claro que los milagros que Dios había realizado apuntaban al “mundo venidero, acerca del cual estamos hablando” (He. 2:5). Los creyentes ya vamos camino a él (He. 6:11). Es imprescindible tener fe en sus promesas (v. 12) y al mismo tiempo depositar nuestra confianza en Aquel que está en la gloria –dentro velo (v. 19), donde “vemos a Jesús” (He. 2:9). La expresión “aunque hablamos así” alude a las advertencias que el autor dirigió a quienes les dirigió la carta. Estas advertencias eran necesarias, no para cuestionar su sinceridad o intenciones, sino para subrayar su responsabilidad de proclamar a Jesús como Señor. Dicha proclamación podría acarrear persecución, pero también el respaldo del Señor, pues él es nuestra Esperanza, nuestra Ancla y nuestro Precursor, quien nos asegura nuestra llegada al cielo (véase He. 6:18-20).
Alfred E. Bouter