Si te incitare tu hermano… o tu hijo, tu hija, tu mujer o tu amigo íntimo, diciendo en secreto: Vamos y sirvamos a dioses ajenos… no consentirás con él, ni le prestarás oído.
Este pasaje también tiene una aplicación moral en el Nuevo Testamento. ¿Qué ocurre si un amigo íntimo o incluso un familiar, alguien por quien tenemos sentimientos muy profundos, intenta alejarnos de Dios? Y no hablamos simplemente de la intención de separarnos completamente de Dios, sino también de disminuir nuestro fervor, amor o devoción al Señor (v. 4); introducir ideas que debilitan la autoridad del Señor en nuestras vidas; guiarnos por un camino que no se alinea exactamente con las enseñanzas de las Escrituras (v. 5). Entonces, ¿qué debemos hacer en tales circunstancias, especialmente cuando tales influencias provienen de alguien a quien apreciamos profundamente?
Las palabras del Señor Jesús en Mateo 10:37-38 resuenan en nuestros corazones: “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí”. Un amor genuino a Dios se manifiesta en guardar su Palabra y seguirlo, en toda virtud, conocimiento, dominio propio, paciencia, piedad, amor fraternal y amor a él, y todo esto con gracia y verdad y en el Espíritu Santo. De hecho, debemos comprender correctamente cuál es la actitud de corazón que el Señor desea en nosotros: no es legalismo, ni conflictos, ni hacer lo que a uno le plazca, sino sufrir por su nombre, lo cual es una consecuencia de querer seguirlo con fidelidad, mansedumbre y humildad, llevando su yugo sobre nosotros.
Hemos sido comprados a un gran precio y pertenecemos a Cristo. Él nos quiere por completo. Ninguna cosa, incluso nuestros lazos familiares más preciados, debe interponerse en esto. El Señor me llama a seguirlo fielmente mientras amo y cuido a mis seres queridos.
Alexandre Leclerc