Si te incitare tu hermano, hijo de tu madre, o tu hijo, tu hija, tu mujer o tu amigo íntimo, diciendo en secreto: Vamos y sirvamos a dioses ajenos… no consentirás con él, ni le prestarás oído; ni tu ojo le compadecerá, ni le tendrás misericordia… sino que en todo caso lo matarás… le apedrearás hasta que muera, por cuanto procuró apartarte de Jehová tu Dios, que te sacó de tierra de Egipto, de casa de servidumbre.
(Deuteronomio 13:6, 8, 10)
Estos versículos destacan la seriedad con la que Dios ve cualquier intento de desviar a los suyos. Al comienzo del capítulo, Israel es advertido acerca de los falsos profetas. Pero luego la situación de pone más grave, pues entran en juego los lazos afectivos más íntimos. En este contexto, un hermano, un hijo, una hija, su mujer o un amigo íntimo, son algunos de los que pueden ser utilizados para intentar alejarlo de Dios.
La exigencia a los israelitas en tales circunstancias era clara: debían permanecer fieles a Dios y aplicar su justo juicio incluso a sus seres queridos si estos intentaban alejarlos de él. ¿Entendemos cuán grave es esta situación a los ojos de Dios? Si nos resulta difícil imaginar que un israelita actúe así con su propio hijo, esposa o amigo, incluso si nos repugna la idea, entonces primero debemos comprender cuán terrible es para Dios que alguien intente alejar de su presencia a un alma que él liberó, a quien él libertó de la “tierra de Egipto, de casa de servidumbre”. Para Dios, los suyos son como “la niña de su ojo” (Zac. 2:8), es decir, extremadamente preciosos.
No hay evidencia de que algún israelita haya llevado a cabo tal acción en la historia de Israel, pero sí hay ejemplos contrarios, como Micaía y su madre en Jueces 17. Como resultado de estos ejemplos, la nación gradualmente se alejó de Dios. Finalmente, Dios juzgó a Israel por su idolatría. Desobedecer la Palabra de Dios siempre causa más sufrimiento y problemas que obedecerla. Si hubieras sido un israelita en ese tiempo, ¿qué habrías elegido hacer?
Alexandre Leclerc
