Así tampoco Cristo se glorificó a sí mismo haciéndose sumo sacerdote, sino el que le dijo: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy.
Esta es la octava vez que el verbo hablar es utilizado en la Epístola a los Hebreos. En griego, la frase “el que le dijo” se lee literalmente «el que había hablado». La cita de hoy proviene del Salmo 2:7: “Yo te engendré hoy”. Esta cita se aplica principalmente al nacimiento de Jesús y a Dios hablándole como representante de un nuevo orden en el Hombre (véase Lc. 2:10-14). El Salmo 2 también está relacionado con su resurrección, tal como Pablo lo demostró en Hechos 13:33-35. Además, Hebreos 1 relaciona este mismo pasaje con la futura introducción del Mesías en el mundo venidero (véase He. 1:5-6).
Aunque no se registra en las Escrituras, se puede considerar que Dios pudo haber hablado con su Hijo, siendo el Padre eterno y el Hijo eterno, mientras el Hijo se ofrecía sin mancha a Dios a través del Espíritu eterno. ¡Dios halló plena complacencia en el Hijo y en su obra (véase Mt. 17:5; Jn. 19:30)!
Dios le dijo al Hijo: “Tú eres sacerdote para siempre” (v. 6). El Hijo sirve a los intereses de Dios como Sacerdote. El término “para siempre” aparece siete veces en esta epístola, y destaca la satisfacción de Dios en la obra consumada por Cristo, la cual es suficiente y perfecta.
Además, el Hijo se presenta como un modelo para una familia de hijos sacerdotales, un tema importante en esta carta. Como discípulo de Dios en la tierra, Jesús experimentó sufrimiento y aprendió el significado de la obediencia. Ahora nosotros aprendemos de él. Es asombroso pensar que Aquel que está por encima del universo fue un discípulo en la escuela de Dios, aprendiendo lo que significaba obedecer. La Epístola a los Hebreos está dirigida a los creyentes que sufren persecución y se sienten desanimados y cansados (v. 11). Aunque podrían haber sido maestros, necesitaban comenzar de nuevo para disfrutar de las cosas relacionadas con Cristo en el cielo. El Mesías, quien fue rechazado y glorificado, es suficiente para los creyentes de ayer y de hoy.
Alfred E. Bouter