Las muchas aguas no podrán apagar el amor, ni lo ahogarán los ríos. Si diese el hombre todos los bienes de su casa por este amor, de cierto lo menospreciarían.
¡Cuán verdadero y maravilloso es el amor de Dios en Cristo Jesús nuestro Señor! Ha quedado plenamente demostrado en el bendito Señor de gloria, quien se ofreció voluntariamente en el Calvario para la gloria de Dios y para bendecir eternamente a innumerables almas.
Dios ha mostrado su gran amor hacia la humanidad de la manera más maravillosa. En Romanos 5:8, leemos: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro. 5:8). ¡Verdaderamente, este amor fue puesto a prueba! ¡Y cuánto venció! Fue enfrentado por hombres malvados, sometido a crueles abusos, burlas, desprecio y escupitajos, pero su amor no se apagó. Al contrario, de todo corazón, dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc. 23:34). Soportó un sufrimiento aún mayor cuando Dios lo desamparó mientras cargaba con nuestros pecados en la cruz, pero incluso en esos oscuros momentos, su amor no se extinguió bajo las muchas aguas del juicio. De hecho, él soportó todo esto por amor, para que Dios pudiera ser glorificado y los pecadores pudieran ser salvados de la culpabilidad de sus pecados.
El amor de nuestro Señor hacia toda la humanidad no puede ser comprado a ningún precio. Fluye libremente desde su corazón hacia todos nosotros. Si alguien ofreciera toda la riqueza de su casa para obtener este amor, el Señor despreciaría completamente la idea de recibir semejante pago. Sería como dar dos centavos para pagar por un beneficio avaluado en miles de millones de dólares (e infinitamente mucho más), y este beneficio es ofrecido por el puro amor y bondad de quien lo ofrece. Con profunda adoración podemos exclamar: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios” (1 Jn. 3:1).
L. M. Grant
