Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia.
El apóstol Pablo está hablando acerca de la maravillosa posición en la que se encuentra el creyente ante Dios. Somos considerados “escogidos de Dios, santos y amados”. Fuimos escogidos desde antes de la fundación del mundo para recibir bendiciones celestiales según el propósito de Dios (véase Ef. 1:3-5). Como santos, hemos sido separados del mundo presente. Como amados, recibimos el cuidado constante de parte de Dios durante nuestra travesía por este mundo.
Nuestra posición de bendición ante Dios nunca podría ser asegurada por nuestras acciones y nuestro comportamiento. Esta posición bendita es resultado de la gracia de Dios a través de Cristo. Aunque nuestra forma de vivir no puede asegurarnos esta posición, definitivamente debe guiar nuestro andar.
La posición de Cristo en este mundo expone estas mismas bendiciones. Él era el escogido de Dios y, en el sentido más absoluto, el Santo. En dos ocasiones, los cielos se abrieron para declarar: “Este es mi Hijo amado”. Si por gracia somos llevados a la misma posición, entonces debemos andar como él anduvo.
El enfoque de la Epístola a los Colosenses está principalmente en la vida espiritual y el carácter del creyente, y no en los dones y el ministerio público. Lo que somos es mucho más importante que lo que hacemos. A menudo tendemos a valorarnos unos a otros por nuestro celo y actividad ante los demás, en lugar de valorar nuestra vida espiritual y nuestro carácter ante Dios. Si un creyente tiene dones y habilidades, es relativamente fácil ser celoso y activo en público; sin embargo, se requiere una mayor gracia para vivir como Cristo en la tranquilidad de la vida diaria. Ser un trabajador enérgico puede llamar más la atención, pero ser un creyente espiritual, mostrando el carácter de Cristo en misericordia, benignidad, humildad, mansedumbre y paciencia, tendrá un mayor valor a los ojos de Dios.
Hamilton Smith