María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume.
Mientras el rey estaba en su reclinatorio, mi nardo dio su olor.
María ungió amorosamente los pies de su Señor en la casa de Simón, un hombre que había sido leproso (véase Mr. 14:3). Aunque era la mesa de Simón, seguramente él la consideraba gustosamente como la mesa de su Señor. En aquel momento, el Señor Jesús no estaba ocupando su lugar como Rey, como lo hará en el milenio, cuando los redimidos de Israel vengan a su presencia con el nardo de la adoración fragante para magnificarlo con acción de gracias.
En los Evangelios, Jesús se nos presenta como Aquel que se humilló y tomó forma de siervo, hecho semejante a los hombres. Sus discípulos reconocían que él era el Hijo eterno de Dios, al igual que María, quien lo honró como tal en esta ocasión. En el capítulo anterior, Jesús sintió como suyo el dolor de María por la pérdida de su hermano Lázaro al llorar junto a ella, pero luego resucitó a Lázaro de entre los muertos. Esta experiencia hizo que María lo conociera como alguien que tenía poder sobre la muerte, pero también sabía, por las palabras de Jesús, que él iba a morir y resucitar. Durante esta ocasión en la casa de Simón, Jesús dijo: “[Ella] se ha anticipado a ungir mi cuerpo para la sepultura” (Mr. 14:8). María demostró que su fe en las palabras de Jesús era superior a la del resto de los discípulos, quienes no creyeron incluso después de la resurrección del Señor (véase Jn. 20:25).
“La casa se llenó del olor del perfume”. Esta hermosa imagen representa lo que debería ser evidente en la casa de Dios. El valioso perfume de nardo puro simboliza la adoración genuina y sincera, en espíritu y en verdad, de aquellos que han sido redimidos por la preciosa sangre de Cristo, quienes responden su gran sacrificio en el Calvario. Sigamos el ejemplo de María y adoremos al Señor de manera auténtica y sincera.
L. M. Grant