No darás oído a las palabras de tal profeta, ni al tal soñador de sueños… En pos de Jehová vuestro Dios andaréis; a él temeréis, guardaréis sus mandamientos y escucharéis su voz, a él serviréis, y a él seguiréis.
Si un profeta realizaba señales o prodigios que se cumplían, pero cuyo objetivo era promover la idolatría, Israel tenía el mandato expreso de no prestar oído a las palabras de tal profeta. En lugar de eso, debían aferrarse firmemente a Jehová su Dios.
En la actualidad, Dios continúa permitiendo que enfrentemos tales pruebas, pues su propósito es revelar lo que realmente hay en nuestros corazones. Él sabe si nuestra fe es genuina o solo una profesión, y desea que esto sea evidente para todos. El Señor anhela que caminemos en obediencia a él. A menudo, cuando enfrentamos situaciones desagradables, tendemos a buscar maestros que se ajusten a nuestras propias preferencias, alejándonos de la verdad. Si nuestro corazón no está verdaderamente sometido a Cristo, podemos comenzar a negar la autoridad de ciertas partes de la Palabra de Dios, lo cual obstaculiza la obra del Espíritu Santo en nuestra conciencia. Este proceso puede llevarnos a convencernos de nuestras propias opiniones y a creer que las cosas van mejor de esa manera. Sin embargo, es importante recordar que debemos caminar en obediencia a la Palabra de Dios, sin escuchar y servir según nuestros propios deseos, sino conforme a la voluntad del Señor.
Debemos derribar cualquier razonamiento y altivez “que se levante contra el conocimiento de Dios”, rechazando todo lo que sea contrario “a la obediencia a Cristo” (2 Co. 10:5). Tales razonamientos son rebelión contra nuestro Dios, quien “te sacó de tierra de Egipto y te rescató de casa de servidumbre”, y su intención es apartarnos del camino que él nos ha mandado seguir (v. 5). Cualquier cosa que disminuya el poder de la Palabra de Dios en nuestra conciencia y se oponga a la autoridad de Cristo sobre nuestras almas no proviene de Dios, sino de Satanás, el enemigo de nuestras almas.
Alexandre Leclerc