Pero el Dios de la paciencia y de la consolación os dé entre vosotros un mismo sentir según Cristo Jesús… Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer… Y el Dios de paz sea con todos vosotros. Amén.
(Romanos 15:5, 13, 33)
En este capítulo, leemos acerca del Dios de la paciencia, el Dios de esperanza y al Dios de paz.
Ahora bien, ¿por qué se nos presenta, en primer lugar, como el Dios de la paciencia? Cuando Pablo escribió esta carta, él aún no había visitado Roma, la gran metrópoli del mundo de aquella época, donde convivían judíos y gentiles con sus distintas culturas y religiones. El evangelio de la gracia de Dios había llegado a Roma, alcanzando a todos sin distinción, ya que todos somos pecadores y necesitamos la salvación. Sin embargo, aún existían grandes diferencias entre judíos y gentiles, y se necesitaba mucha paciencia para evitar que se dispersaran en grupos e iglesias separadas. Enfrentaban el desafío de aceptarse los unos a los otros, como también Cristo los aceptó (v. 7 NBLA). El Señor Jesús no mostró preferencia alguna y a través de Pablo exhortó a estos creyentes a vivir juntos en armonía. Obviamente, esta exhortación también está dirigida a nosotros. Nos dirige a la fuente: el Dios de la paciencia y de la consolación, quien nos insta a mirar a Jesús (v. 8), con corazones y conciencias limpias para adorar en la libertad del Espíritu.
El apóstol luego habla del Dios de esperanza, quien llena los corazones de los creyentes de alegría y paz. Dios desea que los cristianos vivan en este mundo con la esperanza de la gloria futura que pronto se revelará. En Romanos 5:5 leemos: “La esperanza no avergüenza”. La esperanza no considera los peligros y temores actuales como algo definitivo, sino que mira hacia adelante, confiando en el Dios de esperanza.
Y finalmente leemos acerca del Dios de paz y de la promesa de su presencia con nosotros. No nos falta nada. Que su presencia y su paz sean nuestra constante fuente de fortaleza mientras caminamos diariamente con él.
Jacob Redekop