Jehová es mi pastor; nada me faltará… Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores; unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando.
(Salmo 23:1, 5)
Y el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno, os haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad.
El Salmo 23 es un cántico entonado por aquellos que pueden decir: “El Señor es mi Pastor”. Este salmo nos presenta al Gran Pastor, cuya muerte en la cruz trajo vida y paz a un mundo lleno de muerte y oscuridad. En la actualidad, él se encuentra sentado a la diestra de Dios en el cielo. David, el dulce cantor de Israel, anticipa en este salmo la alegría del Pastor al mirar hacia esta tierra y ver a sus innumerables ovejas, tanto judías como gentiles, regocijándose en los frutos de su victoria. El Pastor ama a sus ovejas, y el Padre también las ama. Es por eso que Cristo “sufrió la cruz, menospreciando el oprobio” (He. 12:2).
Desde el trono en el que ahora se encuentra, el Gran Pastor, quien tiene toda autoridad, cuida, guía, alimenta y conduce a sus ovejas. Ellas lo siguen porque conocen su voz y confían plenamente en él. Con gran valentía, pueden decir: “El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre” (He. 13:6).
El Pastor protege a las ovejas de los peligros exteriores y cuida de su estado espiritual interior. Se asegura de que tengan el alimento adecuado, ofreciéndoles los verdes pastos de la Palabra. Cuando las ovejas están satisfechas, se acuestan a meditar en las glorias de este maravilloso Pastor y en su amor inmutable. Si las ovejas se alejan del Pastor, él las restaura a sí mismo. Su vara y su cayado brindan el consuelo, la dirección y la corrección necesarias. Cuando pensamos en todas las provisiones del Gran Pastor, nuestra copa rebosa de alabanza y agradecimiento a él.
Jacob Redekop