Por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores.
Este maravilloso poema, escrito por Isaías bajo inspiración del Espíritu Santo, concluye con el versículo de hoy. El tema de este poema son los sufrimientos del Mesías y las glorias que vendrían tras ellos (1 P. 1:11). El profeta resume de manera impresionante lo que el Señor Jesús realizó para la gloria de Dios, con muchos resultados gloriosos, tanto para él como para los suyos. A lo largo de esta profecía, se entrelazan varios conceptos, pero se mantienen diferenciados. Los versículos 10 a 12 de Isaías 53 nos presentan los resultados de la magnífica obra de Cristo y las razones detrás de estos resultados, todo relacionado con los sufrimientos y acciones del Mesías.
El Mesías “derramó su alma” (véase NBLA). La raíz de este verbo significa desnudo o vacío, similar a lo que leemos en Filipenses 2:7: “[Él] se despojó a sí mismo”. Su sacrificio fue total y completo, tanto en la vida como en la muerte. Aunque la muerte entró en el mundo a través del pecado, Aquel que era sin pecado derramó su alma hasta la muerte, ¡y esto lo condujo a su victoria sobre el pecado y la muerte! Cristo entró en la fortaleza del enemigo y obtuvo la victoria (véase Col. 2:15). Aunque parecía que había sufrido una derrota, en realidad obtuvo una victoria total en la cruz, confirmada en su resurrección.
El Señor Jesús nunca quebrantó la Ley de Dios, pero terminó siendo considerado como uno de los transgresores. Sin embargo, él fue el único capaz de ayudar a esos transgresores. En su compasión, se identificó con ellos. El ejemplo del ladrón moribundo que se arrepintió demuestra la efectividad del ministerio de Cristo cuando fue contado entre ellos (véase Lc. 23:39-43). Desde la gloria, a través del Evangelio, él alcanza a los transgresores, ya que “no hay quien haga lo bueno” (Ro. 3:12). Jesús intercedió por los transgresores en la tierra y ahora, en el cielo, él intercede por nosotros. ¡Qué maravilloso es nuestro Salvador!
Alfred E. Bouter