Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma.
Todos los creyentes tienen asegurada su entrada a la patria celestial, sin embargo, los privilegios asociados a esta patria les pertenecen a aquellos que disfrutan de ella en verdad. Todos los verdaderos creyentes han sido llevados sanos y salvos a través del Mar Rojo, liberados del juicio de Dios, del poder de Faraón y de la esclavitud de Egipto. Sin embargo, solo cuando seguimos a Cristo, nos damos cuenta de que este mundo es un desierto y que somos extranjeros y peregrinos en él.
Es importante conocer los recursos que Dios nos brinda para nuestra travesía por el desierto, pero esto no será de mucha utilidad si no deseamos seguirlo. Debemos hacernos una pregunta seria: ¿Estamos simplemente de paso por este mundo como peregrinos o vivimos en él como ciudadanos? Esta pregunta, aunque sencilla, requiere un profundo examen de corazón y debemos responderla honestamente ante Dios. Si esta pregunta toca un punto delicado, permitamos que tenga todo su efecto para revelarnos dónde nos encontramos verdaderamente en nuestro camino cristiano.
La única forma de ser un peregrino en el desierto es estar en comunión con Cristo en el cielo, mientras continuamos avanzando en este mundo hacia nuestro descanso eterno. La comunión con Cristo en el cielo es lo que nos impulsa a seguirlo en la tierra, y la vida de resurrección en él nos provee del único poder necesario para hacerlo. Hemos sido bendecidos “con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo” (Ef. 1:3).
En el desierto, dependo completamente de Dios, pues todos mis recursos los extraigo de él: me provee comida del cielo, agua de la Roca y me guía a través de la columna de fuego. Cada aspecto de mi vida es ordenado por un Dios amoroso y fiel. Él es mi único recurso y apoyo hasta que llegue a mi hogar celestial. Como creyentes, “nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Fil. 3:20).
A. T. Schofield