El Señor Está Cerca

Martes
20
Mayo

Mas a vosotros los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación.

(Malaquías 4:2)

El último capítulo del Antiguo Testamento

El capítulo cuatro de Malaquías comienza con una seria advertencia en relación con los terrores de la gran tribulación, un día ardiente como un horno y cuyo ardor dejará a los impíos sin “raíz ni rama” (v. 1). Estos eventos ocurrirán poco después de que la Iglesia sea arrebatada al cielo. Sin embargo, habrá un remanente fiel que soportará los sufrimientos de la tribulación y que será preservado a través de ella por la intervención misericordiosa del Sol de Justicia, el Señor Jesús, quien se levantará con salvación en sus alas.

La Iglesia no espera la manifestación del Sol de Justicia, sino que esperamos a la Estrella resplandeciente de la mañana (Ap. 22:16). La palabra profética es descrita por Pedro como “una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones” (2 P. 1:19). La estrella de la mañana es aquella que aparece durante la hora más oscura de la noche, poco antes del amanecer. Este título hace referencia a la venida del Señor Jesús antes del periodo conocido como la tribulación. Sin embargo, al final de este breve período de siete años de gran angustia, en la parte más oscura de la noche, el Señor Jesús se levantará en esta tierra como el Sol de Justicia.

Más adelante en este capítulo, Jehová insta a Israel a acordarse de la Ley de Moisés (v. 4). Es importante recordar que a la Iglesia nunca se le dice esto, pues no estamos bajo la Ley, sino bajo la gracia. Luego, Jehová le dice a Israel que enviará a Elías, un siervo fiel que sufrirá por el nombre de Jehová. No se trata necesariamente del profeta Elías del que leemos en 1 Reyes, sino de un profeta con sus mismas características. El ministerio de este profeta servirá para restaurar los corazones de padres e hijos, evitando así que Dios “venga y hiera la tierra con maldición” (v. 6). Finalmente, podemos comparar y darnos cuenta que el Antiguo Testamento concluye con una maldición, mientras que el Nuevo Testamento concluye con una bendición: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros. Amén” (Ap. 22:21).

L. M. Grant

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