Cuando llegó cerca de la puerta de la ciudad, he aquí que llevaban a enterrar a un difunto, hijo único de su madre, la cual era viuda; y había con ella mucha gente de la ciudad.
La historia de la viuda, cuyo corazón estaba destrozado por la pérdida de su hijo, nos recuerda cómo la sombra de la muerte es capaz de entrar aún en las escenas más hermosas de este mundo. Este suceso tuvo lugar en la ciudad de Naín, cuyo nombre significa agradable, e incluso allí la muerte estaba presente. Sin embargo, para nuestro consuelo, leemos cómo el Señor de la vida vino a este mundo de muerte, no solo con el poder de resucitar a los muertos, sino también con el amor y la compasión que pueden acompañarnos en nuestro dolor, secar nuestras lágrimas y sanar a aquellos cuyos corazones están rotos.
Jesús llegó a la ciudad de Naín acompañado de muchos de sus discípulos y una gran multitud que lo seguía. Allí, él se encontró con una escena desgarradora: una madre viuda llorando junto al cadáver de su único hijo. A pesar de la tristeza que envolvía la situación, el Señor decidió sanar bellamente su corazón quebrantado. Movido de compasión, primero secó sus lágrimas y luego eliminó la causa de su dolor.
Nuestro Señor eligió un orden distinto al que nosotros habríamos imaginado. En lugar de resucitar al muerto primero y luego decirle a la mujer que no llore, Jesús hizo lo contrario. Esta secuencia le otorga una atmósfera reconfortante a esta escena. La mujer entonces pudo decir: «En medio de mi inmenso dolor, él se acercó tanto a mí que enjugó mis lágrimas. No solo me sacó de mis tristes circunstancias, sino que también caminó a mi lado en medio de ellas».
Esto nos entrega una enseñanza especial a nuestros corazones. Aunque Jesús ya no está físicamente en esta tierra y aún no ha resucitado a nuestros seres queridos, él consuela nuestros corazones heridos y seca nuestras lágrimas. Su compasión viene antes que su misericordia. Tenemos el consuelo de su amor mientras esperamos que se manifieste su poder de resurrección y se cumplan estas palabras: “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos” (Ap. 21:4).
Hamilton Smith