Damos siempre gracias a Dios por todos vosotros, haciendo memoria de vosotros en nuestras oraciones, acordándonos sin cesar delante del Dios y Padre nuestro de la obra de vuestra fe, del trabajo de vuestro amor y de vuestra constancia en la esperanza en nuestro Señor Jesucristo.
¿Conocemos realmente lo que es una acción de gracias a Dios? Cuando damos gracias, ¿hacemos referencias personales y recordamos constantemente el fruto del Espíritu y las bendiciones en otros creyentes? ¿Sabemos lo que significa orar por los creyentes que sufren, que son avergonzados, que enfrentan peligros y necesidades? ¿Nos llenamos de gozo ante Dios por la obra de su gracia en aquellos que ha salvado y que reúne en torno al nombre de Jesús?
¿Se han afligido nuestros corazones ante las circunstancias de debilidad, destrucción y aislamiento entre creyentes que en otra época estuvieron unidos? La verdad es que solemos ser repulsivamente rápidos en negar y expulsar a otros, retirarnos o evitar el contacto. Por otro lado, somos lentos e incapaces de ver la gracia vencedora en los demás, aquella gracia que gana, ayuda, acoge y restaura. Sin embargo, el apóstol y sus compañeros no actuaban así. Sin duda, se necesita gran clemencia para apreciar la gracia en su forma más mínima. Cuando lo hacemos, estamos siendo semejantes a Cristo.
Es cierto que, entre los tesalonicenses, especialmente cuando se escribió la primera epístola, había una combinación de fuerza de vida y sencillez con falta de conocimiento. La fe, el amor y la esperanza, de los cuales se habla a menudo en el Nuevo Testamento, y especialmente en los escritos del apóstol Pablo, eran los elementos espirituales más evidentes entre ellos. Sin embargo, no se nos habla simplemente de la fe, el amor y la esperanza, sino de “la obra de vuestra fe”, “el trabajo de vuestro amor” y “vuestra constancia en la esperanza en nuestro Señor Jesucristo”. Así como Cristo es el objeto de la fe que ejercita el corazón y lo dirige hacia las cosas invisibles, su gracia también suscita amor y esperanza, elementos que iluminan nuestro andar cristiano.
W. Kelly