El Señor Está Cerca

Viernes
9
Mayo

¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca. De tus mandamientos he adquirido inteligencia; por tanto, he aborrecido todo camino de mentira.

(Salmo 119:103-104)

Alimentarse de la Palabra

Las profundidades infinitas de la Palabra de Dios solo se despliegan ante la fe y un corazón que escudriña. Aquel que compuso las Sagradas Escrituras debe abrir nuestro entendimiento para recibir sus preciosas enseñanzas. Debemos acudir a la Escritura como un sediento acude a una fuente; como un hambriento acude a la comida; como un marino acude a una carta de navegación. No podemos prescindir de ella, por lo tanto, no solo vamos a estudiarla, sino a alimentarnos de ella. Los instintos de nuestra naturaleza divina nos llevan a la Palabra de Dios, así como un recién nacido anhela la leche para crecer. El hombre nuevo se fortalece alimentándose de la Palabra.

El estudio de las Escrituras está estrechamente relacionado con nuestra condición moral y espiritual, nuestro andar diario y nuestros hábitos y comportamiento actual. A medida que actuamos con fe en lo que sabemos, nuestro conocimiento aumentará. Dios nos ha dado su Palabra para moldear nuestro carácter, guiar nuestra conducta y dirigir nuestro rumbo. Acumular conocimiento bíblico en nuestra mente solo tenderá a inflarnos y engañarnos. Es peligroso aferrarse a verdades que no hemos experimentado. Nada nos conduce más completamente a las manos del enemigo que tener un conocimiento intelectual de la verdad sin tener una conciencia limpia, un corazón confiado y una mente recta. Es mucho mejor conocer y vivir una pequeña cantidad de verdad, que profesar una gran cantidad de verdad que no ejerce ninguna influencia formativa en nuestras vidas.

La Sagrada Escritura es la voz de Dios y la Palabra escrita es la expresión de la Palabra viva. Solo a través de la enseñanza del Espíritu Santo podemos comprenderla, y él revela sus profundidades vivas a nuestros corazones a través de la fe. Que podamos decir: “¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación” (Sal. 119:97).

C. H. Mackintosh

arrow_upward Arriba