He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
¿Quién es este Cordero que quita el pecado del mundo? ¿Quién es el “Varón de dolores” que vino al mundo y afirmó que podía abordar y resolver el asunto del pecado? Ningún hombre podría lograrlo. Si retrocedemos al comienzo de este capítulo, encontraremos una serie de glorias asociadas con ese Cordero, que es nuestro Señor Jesucristo. ¡Oh, pensemos en las glorias de nuestro Señor Jesús como un collar de perlas, siendo cada perla una gloria particular! ¡Qué corazones y rostros más felices veríamos entre los hijos de Dios si contempláramos más seguido cada perla de tan bello collar!
No podemos pasar de los títulos más elevados de gloria a los títulos de su humillación sin comprender plenamente la profundidad de la gloria moral, porque Dios tuvo que humillarse enormemente para abordar el asunto del pecado. Solo él era capaz de hacerlo: “¡He aquí el Cordero!” Estas palabras resonaron profundamente en los corazones de aquellos que se volvieron y lo siguieron. Sus corazones fueron tocados por este Cristo, este Cordero de Dios, que los atraía hacia sí mismo. Él sigue actuando de la misma manera hoy en día; la gente no puede explicar cómo, pero se sienten atraídos y se sienten obligados a buscar a este Señor. Él derrite sus corazones endurecidos y los atrae para que lo sigan; él sigue siendo un Hombre, aunque ahora está en la gloria en lugar de estar aquí en la tierra.
Él ha dejado la puerta del cielo abierta para que podamos ver la gloria y entrar a través del velo rasgado. Podemos seguir un camino nuevo y vivo hacia donde él está y seguirlo hasta el mismo cielo.
Si nuestro corazón no está ardiendo por haber contemplado a Jesús, ¡con cuánta facilidad cualquier pequeñez lo aparta de la gloria de aquel bendito Señor! ¡Cómo se interpuso la pequeña palabra “Nazaret” entre Natanael y el Hijo de Dios! Pero cuando él vio a Jesús, se dio cuenta de que Felipe no le había contado ni la mitad ni lo suficiente, y cayó inmediatamente en adoración a los pies del Señor. ¡Cómo una simple palabra de Cristo pudo desentrañar la gloria más profunda que Natanael pudo ver y aprehender!
G. V. Wigram