El Señor Está Cerca

Viernes
18
Abril

Habiendo dicho Jesús estas cosas, salió con sus discípulos al otro lado del torrente de Cedrón, donde había un huerto, en el cual entró con sus discípulos.

(Juan 18:1)

Los sufrimientos de Cristo

Mil años antes, David cruzó el torrente de Cedrón y subió por este mismo camino, embargado de tristeza por el rechazo de su pueblo (véase 2 S. 15:23-30). Pero el rey David se vio obligado a tomar ese camino debido a su propio pecado, mientras que el Hijo de David, nuestro Señor, anduvo por ese camino voluntariamente, para cargar “el pecado de todos nosotros” (Is. 53:6). Allí, en la oscuridad de aquella noche en Getsemaní, la sombra de la cruz ya se proyectaba sobre su camino, y la copa que había venido a beber en este mundo, la amarga copa de la ira de Dios, le era presentada por el Padre.

¡Contemplemos la divina perfección y la total obediencia del Hombre Cristo Jesús! Mientras avanzaba en el camino donde había entrado para cumplir los designios de Dios, sentía cada vez más el horror de lo que le esperaba. Aunque no hallo consoladores (Sal. 69:20), su fuerza la extrajo únicamente de lo alto, del Padre.

Jesús entró en la profundidad del huerto. Previamente había tomado consigo a sus discípulos más íntimos, a Pedro, a Jacobo y a Juan. Pero pronto los dejó, apartándose de ellos “a distancia como de un tiro de piedra” (Lc. 22:41) y allí, totalmente aislado se postró en tierra (véase Mr. 14:35; Mt. 26:39). Entonces ofreció “ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte” (He. 5:7). Pero la oración que dirigió a su Padre es aún más conmovedora que esta escena en sí misma. “Oró que si fuese posible, pasase de él aquella hora” (Mr. 14:35). Pero él sabía, mejor que nadie, que justamente esto no le era posible al Padre si quería salvar a los pecadores y cumplir sus designios eternos. Por eso el Señor Jesús añadió estas palabras que expresan su entera sumisión: “Pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mt. 26:39).

Mientras sus discípulos estaban durmiendo a causa de la tristeza (Lc. 22:45), él se levantó y, con perfecta paz, avanzó para beber hasta los sedimentos la copa que acababa de recibir de la mano del Padre.

Fritz von Kietzell

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