Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo.
El apóstol Pablo deseaba gloriarse únicamente en la cruz del Señor Jesucristo, por el cual el mundo le era crucificado para él y él para el mundo. La búsqueda de una apariencia positiva ante el mundo, incluso si se trata de una apariencia religiosa, equivale a buscar el reconocimiento de un mundo que ha deshonrado y crucificado a Aquel que nos amó y se dio a sí mismo por nosotros (Ef. 5:2).
Para el cristiano, la cruz es la salvación, la demostración del infinito amor de Dios. Sin embargo, para el Señor de gloria, la cruz significó vergüenza, la cual soportó por nosotros (1 Co. 2:8). En la cruz, el mundo se condenó a sí mismo, pero Dios se glorificó en su amor. Pablo no deseaba el honor de un mundo que, en la cruz, había deshonrado a Aquel que tanto lo había amado; mas bien, su única fuente de gloria residiría en aquella cruz, la demostración del amor del Señor y de su propia salvación. Identificándose con Cristo, se consideraba crucificado a aquel mundo que lo crucificó a él.
Un cristiano no debería buscar honores en un mundo que, a través de la cruz, ha demostrado su deshonra hacia aquel que nos ama. La pregunta crucial es si iremos con el mundo a crucificar a Cristo o nos apropiaremos del amor manifestado en esa cruz y lo amaremos allí, donde Dios nos mostró su amor.
La crucifixión de Cristo tiene otro efecto en nuestras vidas: ¿viviremos según la carne, satisfaciendo nuestros deseos internos, o viviremos por el Espíritu (Ro. 8:13), habiendo “crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (Gá. 5:24)? Lo que realmente importa es ser “una nueva creación” (v. 15; 2 Co. 5:17): “En Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión” (Gá. 5:6) –todo eso quedó atrás con la cruz, con la muerte al mundo y a sus elementos.
Vivir por el Espíritu es la norma para el cristiano; no se trata de vivir según la Ley, que se ajusta al hombre descendiente de Adán según la carne y que vive en el mundo. “Y a todos los que anden conforme a esta regla, paz y misericordia sea a ellos” (v. 16).
J. N. Darby