El Señor Está Cerca

Miércoles
26
Marzo

No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso.

(Éxodo 20:4-5)

Un Dios celoso

Dios desea que lo conozcamos, y las Escrituras lo describen de manera que podamos entenderlo. Sin embargo, a muchos les ha costado aceptar la idea de un Dios celoso. Algunos han utilizado esto como excusa para renegar de su educación cristiana, pensando que representa un defecto en el carácter de Dios.

La dificultad radica en que a menudo usamos las palabras celos y envidia como sinónimos. De hecho, en algunos aspectos, son similares. Las palabras hebreas y griegas a menudo se traducen indistintamente, y ambos términos se enumeran entre las obras de la carne en Gálatas 5:20-21. Una distinción en el significado, explicada por el erudito en griego W. E. Vine, es que los celos quieren las ventajas de los demás para sí mismos, mientras que la envidia no quiere que los demás tengan ventajas en absoluto.

Pero hay otra distinción importante sobre los celos: siempre son malos cuando su motivación es egoísta, pero son honorables cuando desean algo justo. Nunca debemos tener celos de los demás, pero es bueno tener celos por los demás. Un esposo no debe tener celos de su esposa, pero debe tener celos por ella, para que otros no manchen su honor. Pablo sentía celo por los corintios, un celo piadoso, porque quería que fueran devotos a Cristo y que no fueran engañados por el tentador (véase 2 Co. 11:2-3).

Dios nunca es visto sintiendo celos de su pueblo, pero sí es celoso por nosotros sin duda alguna. Él no quiere que seamos reclamados por otro, porque nos ha desposado consigo mismo y desea celosamente nuestra pureza espiritual. La verdad es que podemos estar muy agradecidos de que Dios es celoso. Significa que nunca dejará de preocuparse por nosotros.

Stephen Campbell

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