Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades.
Este es el día de la simpatía de Cristo; y la pregunta que han de hacerse aquellos que son probados y tentados, hostigados y oprimidos, es esta: «¿Qué preferiría, el poder de Cristo para sacarme de la prueba, o la simpatía de su corazón en medio de ella?». La mente carnal, el corazón insumiso, el espíritu inquieto, sin duda exclamarán: «¡Oh, que solo haga uso de su poder y me libere de esta prueba insoportable, de esta carga intolerable, de esta dificultad abrumadora! ¡Opto por la liberación, pues lo único que deseo es ser liberado!».
Algunos de nosotros, bien podemos comprender esto. A menudo somos “como novillo no acostumbrado al yugo” (Jer. 31:18 VM); en vez de someternos con paciencia, nos hallamos luchando incansablemente, haciendo nuestro yugo tanto más penoso cuanto más nos esforzamos en deshacernos de él. Pero la mente espiritual, el corazón sumiso, el espíritu humilde, dirán: «Solo quiero disfrutar la dulce simpatía del corazón de Jesús en mis pruebas. No quiero que el poder de su mano me prive en lo más mínimo del consuelo que me dan el tierno amor y la profunda simpatía de su corazón. Sé perfectamente que tiene poder para librarme. Sé que en un abrir y cerrar de ojos podría romper estas cadenas, derribar los muros de esta prisión, reprender a aquella enfermedad, levantar de la muerte a ese ser querido que yace ante mí, quitar esta pesada carga, hacer desaparecer tal o cual dificultad, suplir esta falta».
Pero si él no ve conveniente actuar así, si no es conforme a sus inescrutables consejos y no armoniza con su sabio y fiel propósito, sé que solo es para que yo experimente de una manera más rica y profunda su preciosa simpatía. Si considera que no es bueno apartarme de la escabrosa senda de las pruebas y dificultades –de la senda que él mismo, en perfección, y todos sus santos, en su medida, han atravesado a través de los siglos–, su propósito de gracia es venir y caminar conmigo a lo largo de esa senda que, si bien es escabrosa y espinosa, conduce a las moradas eternas de la luz y bendición en lo alto.
C. H. Mackintosh