Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá. Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas.
Hay dos elementos que son fundamentales para que nuestras oraciones sean escuchadas y contestadas: la fe en Dios y el perdón hacia los demás. En sus memorables palabras, el Señor unió estas dos condiciones, y nosotros no debemos separar lo que él ha unido. De hecho, quizás en esto reside el secreto detrás de muchas de nuestras oraciones no contestadas. Dos hermanos pueden arrodillarse en la misma reunión de oración, mostrando cierta fe en Dios, pero si mantienen pensamientos duros e implacables el uno hacia el otro, sus oraciones son solo palabras vacías.
Es crucial examinar nuestros corazones, ya que vivimos en una época en la que la oración es más necesaria que nunca, tanto en privado como en público, tanto individual como colectivamente. Debemos orar con fe, creyendo que Dios existe y “que es galardonador de los que le buscan” (He. 11:6). Sin embargo, él no escuchará nuestras oraciones a menos que cultivemos un espíritu de perdón hacia los demás.
Dios nos ha otorgado un perdón completo, cancelando toda la deuda que teníamos con él, y debemos reflejar ese carácter hacia todos, ya sea cercano o lejano, hermano en el Señor o no. Si no perdonamos, no experimentaremos el perdón como hijos, y nuestra comunión con Dios, nuestro Padre, quedará interrumpida, entristeciendo su Espíritu en nosotros.
Es momento de examinar nuestros rencores, perdonar las ofensas cometidas, sanar divisiones y restaurar la comunión, para que la oración unida y efectiva pueda brotar de corazones sinceros y en acuerdo con Dios.
Nuestro Señor es “muy misericordioso y compasivo” (Stg. 5:11), tanto en relación con las miserias de los hombres como con las perplejidades y temores de sus amados hijos.
J. T. Mawson