Y os alegraréis delante de Jehová vuestro Dios, vosotros, vuestros hijos, vuestras hijas, vuestros siervos y vuestras siervas, y el levita que habite en vuestras poblaciones.
Tres veces en este capítulo se les pide a los israelitas que se regocijen (vv. 7, 12, 18). En cada una de estas ocasiones, se les dice específicamente que deben alegrarse en presencia de Jehová su Dios en el lugar que él escogiere entre todas las tribus (v. 5).
Resulta interesante también leer lo siguiente: “Podrás matar y comer carne en todas tus poblaciones conforme a tu deseo, según la bendición que Jehová tu Dios te haya dado” (v. 15). Ciertamente es apropiado pensar que un evento como este traería alegría a quienes participaban en él. Sin embargo, no se les pide que se alegren en la ocasión en sí o en la comida, sino específicamente “delante de Jehová vuestro Dios”.
El pueblo de Israel tenía una lección importante que aprender, al igual que nosotros. Tenemos la tendencia natural de alegrarnos por nuestras circunstancias y, al hacerlo, a menudo no nos damos cuenta de que la verdadera alegría se encuentra en Cristo y a través de Cristo. Las circunstancias van y vienen y no nos proporcionarán una satisfacción duradera. Además, existe el peligro de que nuestros afectos hacia nuestro Dios y Salvador, quien nos ha salvado a un gran costo y nos ha bendecido abundantemente en Cristo, se enfríen. Por eso encontramos una exhortación similar dirigida a los cristianos en el Nuevo Testamento: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!” (Fil. 4:4).
Esta alegría es una fuente de fuerzas renovadas, ya que el gozo del Señor es nuestra fuerza (Neh. 8:10). El gozo que encontramos en el Señor es perfecto, porque él nos muestra el camino de la vida, y en su presencia hay plenitud de gozo, delicias a su diestra para siempre (Sal. 16:11).
Solo en Jesucristo hallamos verdadera alegría. Oremos al Señor para comprender mejor esto y, mirándolo a él, aprendamos a alegrarnos siempre en él y en su presencia.
Alexandre Leclerc