Porque así dice Jehová de los ejércitos: De aquí a poco yo haré temblar los cielos y la tierra, el mar y la tierra seca; y haré temblar a todas las naciones, y vendrá el Deseado de todas las naciones; y llenaré de gloria esta casa, ha dicho Jehová de los ejércitos.
Aunque esta profecía data de muchos siglos atrás, su cumplimiento tendrá lugar “dentro de poco” (NBLA). Sin embargo, no ocurrirá sin que antes transcurran al menos siete años de la venida del Señor Jesús para buscar a su Iglesia. ¡Qué maravilloso será ese momento! Observaremos desde el cielo lo que sucederá entonces.
Dios hará temblar los cielos porque Satanás y sus demonios serán expulsados de los lugares celestiales (véase Ap. 12:7-9), a donde aún tienen acceso (Ef. 6:12), y serán lanzados a la tierra. Hará temblar la tierra, que simboliza a la nación de Israel, y el mar, que simboliza a las naciones (véase Ap. 17:15). También hará temblar la tierra seca, posiblemente haciendo referencia a aquellos en Israel que buscarán aislarse de las naciones; y luego leemos que hará temblar a todas las naciones, llenado a toda la humanidad de temor y temblor.
El “Deseado de todas las naciones” mencionado en este pasaje no es otro que nuestro Señor Jesucristo, quien vendrá con poder y gloria en ese momento. Todas las naciones anhelan un gobierno justo, algo que se les ha escapado durante siglos. No se dan cuenta de que solo Cristo es capaz de satisfacer esta gran necesidad. Las naciones se darán cuenta de que él es el verdadero “Deseado de todas las naciones” cuando venga como “Rey de reyes y Señor de señores” (Ap. 19:16) y establezca su reino. En ese momento, Cristo llenará de gloria la casa de Dios en Jerusalén.
A pesar de que el tiempo de espera puede parecernos largo, para Dios se trata tan solo de un poco de tiempo. Antes de sacudirlo todo, él muestra una paciencia maravillosa, deseando salvar las preciosas almas de los incrédulos. Sin embargo, la verdad y la justicia, que caracterizan la naturaleza misma del Dios eterno, exigirán el cumplimiento de esta profecía.
L. M. Grant