Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí.
Muchas personas viven y mueren sin sentir la necesidad de rendir cuentas a nadie. Son como el hombre rico de Lucas 12, tan cegado por su prosperidad material que ni siquiera consideró la posibilidad de compartir algo con los pobres y necesitados. En lugar de eso, acumuló todo para sí mismo. Sin embargo, sus planes egoístas (jubilarse cómodamente para comer y beber sin preocupaciones) se vieron abruptamente interrumpidos. Dios le dijo: “Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?” (Lc. 12:20). El Dios que creó al hombre y le dio vida, es el mismo que le hará rendir cuentas en un futuro muy próximo. El Señor “juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino” (2 Ti. 4:1); ni los vivos ni los muertos podrán escapar de esto.
Según Mateo 25:31-46, los vivos serán juzgados de la misma manera que un pastor separa las ovejas de los cabritos. Las ovejas, que son las que le pertenecen, serán acogidas en su reino, mientras que los cabritos, es decir aquellos que no aceptaron su autoridad, serán apartados y condenados al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles (Mt. 25:41). Por otro lado, todos los que murieron sin Cristo serán resucitados para comparecer ante Dios. Se abrirán los libros y estas personas serán juzgadas por sus obras, y finalmente serán arrojadas al lago de fuego por toda la eternidad (véase Ap. 20:12-15).
A diferencia de los impíos, los cristianos somos miembros los unos de los otros (Ro. 12:5) y debemos vivir en una relación de amor, atención y consideración mutua, recordando especialmente que nosotros también tendremos que rendir cuentas a nuestro Señor y Salvador Jesucristo, cuando “comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo” (2 Co. 5:10).
Richard A. Barnett