El Señor Está Cerca

Miércoles
26
Febrero

En aquel tiempo Jehová dijo a Josué: Hazte cuchillos afilados, y vuelve a circuncidar la segunda vez a los hijos de Israel. Y Josué se hizo cuchillos afilados, y circuncidó a los hijos de Israel en el collado de Aralot.

(Josué 5:2-3)

El «cuchillo afilado» del juicio propio

Qué significado tan profundo hay tras estos cuchillos afilados! ¡Cuán necesarios! Antes de que Israel pudiera enfrentarse a los cananeos, debían aplicar esos cuchillos sobre sí mismos. No habían sido circuncidados en el desierto; no se habían despojado del oprobio de Egipto. Antes de celebrar la Pascua y disfrutar del fruto de la tierra de Canaán, debían tener la sentencia de muerte escrita sobre ellos. ¿Cómo podrían tomar posesión de Canaán con el oprobio de Egipto sobre ellos? ¿Cómo podrían los incircuncisos despojar a los cananeos? Era imposible. Los cuchillos afilados tenían que hacer su trabajo en todo el campamento de Israel antes de que pudieran disfrutar del alimento de Canaán o continuar la guerra.

Aquí tenemos un ejemplo de la completa posición del cristiano. El cristiano es alguien celestial (véase 1 Co. 15:48), muerto al mundo y crucificado juntamente con Cristo (véase Gá. 6:14; 2:20). Está asociado con él en donde él está ahora y, mientras espera su venida, su corazón se centra en él y se alimenta, por la fe, de él como el alimento adecuado para el nuevo hombre.

Esta es la posición del cristiano, esta es su porción; pero para disfrutar plenamente de ella, debemos eliminar todo lo que pertenece a la naturaleza humana. Debemos utilizar el cuchillo afilado para poner fin a lo que la Escritura llama el viejo hombre.

Para mantener nuestra posición y disfrutar de nuestra porción como hombres celestiales, debemos aceptar todo esto de manera real y práctica. Si complacemos a la vieja naturaleza, vivimos en un entorno terrenal y nos entregamos a las cosas del mundo, como sus placeres, política, riquezas, honores, modas y distinciones, entonces será imposible disfrutar de la comunión con nuestro Señor resucitado.

C. H. Mackintosh

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