Luego que David oyó que Nabal había muerto, dijo: Bendito sea Jehová, que juzgó la causa de mi afrenta recibida de mano de Nabal, y ha preservado del mal a su siervo; y Jehová ha vuelto la maldad de Nabal sobre su propia cabeza. Después envió David a hablar con Abigail, para tomarla por su mujer… y fue su mujer.
(1 Samuel 25:39, 42)
Mientras David y sus hombres eran perseguidos por Saúl, pasaron tiempo en el desierto de Parán. Durante su estancia allí, ayudaron a Nabal, un hombre rico que administraba rebaños de tres mil ovejas y mil cabras. Durante la temporada de esquila, cuando Nabal celebraba un banquete, David envió a algunos de sus hombres para pedirle comida. Sin embargo, Nabal, cuyo nombre significa necio, los rechazó de manera egoísta e insultó a David.
Al enterarse, David llamó a sus hombres y se preparó para vengarse violentamente de Nabal y sus hombres. Sin embargo, en ese momento, Abigail, la hermosa esposa de Nabal, salió al encuentro de David con alimentos. Con su actitud humilde y sus sabias palabras, logró disuadir a David de llevar a cabo la venganza que había planeado contra su marido. Abigail le recordó el propósito que Dios tenía para él y que estaba luchando “las batallas de Jehová” (v. 28). David aceptó su regalo y la bendijo por sus piadosos consejos.
Cuando volvió a su casa, Abigail encontró a su esposo “completamente ebrio”. A la mañana siguiente, cuando Nabal estaba sobrio, ella le contó lo que había pasado y cómo le habían perdonado la vida. Como consecuencia, Dios castigó a Nabal con una enfermedad y murió diez días después.
David agradeció a Dios porque la sabiduría y los consejos piadosos de Abigail evitaron que se vengara y derramara sangre. Luego, David envió mensajeros para proponerle matrimonio a aquella sabia mujer, quien ahora era viuda. Con humildad y gratitud, ella aceptó su propuesta y pronto se convirtió en su esposa.
Eugene P. Vedder, Jr.