Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios, y dijo: He aquí, veo los cielos.
Aquí vemos a Esteban, un hombre en la tierra lleno del Espíritu Santo y que obtenía todos sus recursos de un Hombre en la gloria. Él tenía sus ojos puestos en el cielo. Un hombre en la tierra, lleno del Espíritu Santo, dirigiendo su mirada hacia arriba. No se caracterizaba por mirar hacia adentro ni hacia afuera. Mirar hacia adentro conduce a la tristeza, mirar alrededor lleva a la confusión, pero mirar hacia arriba nos lleva a contemplar solo a Jesús. Esteban fijó sus ojos en otra escena y se negó a ser distraído por el mal de este mundo u obstaculizado por sus atracciones.
Al mirar al cielo, Esteban “vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios”. Todo en este mundo habla de la gloria del hombre, pero Esteban miró una escena donde todo habla de la gloria de Dios. Vio a un Hombre en la gloria. Este Hombre, Cristo Jesús, quien vino al mundo en circunstancias de debilidad y pobreza, ahora ocupa en el cielo el lugar de supremo poder y gloria, a diferencia de todos los demás hombres que han sido privados de la gloria divina.
Esteban pudo decir: “Veo los cielos abiertos”. Ante él se desplegó una escena celestial. Pero hay más; él observó que los cielos se abrieron para que la gloria y el poder del Hombre celestial estén a disposición de un hombre en la tierra. Aunque el Señor Jesús ha regresado al cielo y ocupa un lugar de poder supremo, él ha dejado los cielos abiertos para que el amor, el poder y la gracia del Hombre celestial puedan derramarse sobre los suyos.
En Esteban, vemos los resultados prácticos que surgen cuando un creyente individual es guiado por el Espíritu Santo en la tierra y obtiene sus recursos de Cristo en el cielo. Este sigue siendo el propósito de Dios para su pueblo hoy en día.
Hamilton Smith