Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto.
Este versículo forma parte de la futura confesión de Israel que comienza en el versículo 2. En esta confesión, reconocen la falta de reconocimiento y aprecio que el Mesías experimentó cuando vino. Los líderes de Israel influenciaron a la nación, lo cual llevó a su desprecio y rechazo, y luego a su crucifixión. A pesar de su resurrección y exaltación, su testimonio fue rechazado, y esto se repetirá en un futuro cercano cuando muchos de su pueblo acudan a un falso mesías. Jesús ya había predicho este rechazo final (véase Jn. 5:43). De hecho, él fue, es y será despreciado, rechazado y abandonado. ¡Ciertamente es el “Varón de dolores, experimentado en quebranto”!
Es difícil imaginar lo que significó para nuestro Señor, siendo él puro, justo y bueno, estar rodeado de toda clase de pecadores, rebeldes y blasfemos. Aunque Israel ha sufrido mucho, nada se compara con los sufrimientos que tuvo que soportar el Varón de dolores. Fue incomprendido desde su niñez y rechazado durante su ministerio en la tierra. Al final, fue maltratado injustamente cuando enfrentó los juicios injustos de los hombres, pero especialmente cuando fue clavado en la cruz. Padeció enormes sufrimientos a manos de los hombres. Sin embargo, su mayor sufrimiento fue durante las tres horas de tinieblas, cuando padeció el juicio de Dios por el pecado. Este sufrimiento fue algo indescriptible.
Jesús, al ponerse en el lugar del hombre y enfrentar la ira de Dios, sufrió penas insondables e irrepetibles. A lo largo de su vida, él experimentó sufrimientos físicos, mentales, emocionales y de muchas otras formas. Como el Gran Médico que sanaba a las personas, experimentó en su propia alma toda la miseria, enfermedad y aflicción que el pecado causaba en los demás. En la cruz, Jesús tomó sobre sí esos pecados, los reconoció uno por uno, los llevó en su propio cuerpo y los expió por completo. Como nuestro Sustituto, el Justo que sufrió por los injustos (1 P. 3:18), él resolvió de manera total el problema del pecado, satisfaciendo así a un Dios santo y justo.
Alfred E. Bouter