El Señor Está Cerca

Jueves
13
Febrero

La lengua es un fuego, un mundo de maldad.

(Santiago 3:6)

El uso de la lengua

¿Alguna vez ha deseado retractarse de lo que ha acabado de decir? Santiago 3:2 nos recuerda: “Todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, este es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo”. El profeta Samuel fue una hermosa excepción a esta regla general, ¡incluso desde su niñez! Leemos acerca de él: “Samuel creció, y Jehová estaba con él, y no dejó caer a tierra ninguna de sus palabras” (1 S. 3:19). Todos los que conocían a Samuel sabían que se convertiría en un profeta de Jehová. Un profeta es alguien que habla en nombre de Dios y debe ser cuidadoso de pronunciar solo lo que proviene claramente de parte de él. Sus palabras deben ser verdaderas, fieles y beneficiosas para quienes las escuchan.

Las palabras de Santiago 3:5-6 son muy claras: “Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego! Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno”. ¡Qué advertencia tan seria! ¿Somos como Samuel y utilizamos nuestra lengua de manera útil? ¿O somos como aquellos que lastiman a otros con sus palabras? O tal vez usamos nuestra lengua en conversaciones que no son útiles, que pueden no ser dañinas, pero que no aportan un valor real para ayudar a otros. “Toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio” (Mt. 12:36).

Colosenses 4:6 nos aconseja: “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno”. El Salmo 141:3 debería ser nuestra oración: “Pon guarda a mi boca, oh Jehová; guarda la puerta de mis labios”. Y también podemos agregar el Salmo 19:14: “Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, oh Jehová, roca mía, y redentor mío”.

L. M. Grant

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