Así que Pedro estaba custodiado en la cárcel; pero la iglesia hacía sin cesar oración a Dios por él.
No hay indicios en las Escrituras de que las oraciones colectivas sean más efectivas o poderosas que las individuales. Muchos cristianos tienden a asociar la oración con obtener cosas de Dios, y la oración colectiva a menudo se convierte en una oportunidad para enumerar nuestros deseos. Sin embargo, la verdadera oración va más allá de eso: implica entrar en comunión íntima con nuestro Padre. Esto nos llevará a alabarlo y adorarlo con gratitud (véase Sal. 27:4; 63:1-8); a arrepentirnos y confesar nuestros pecados (véase Sal. 51; Lc. 18:9-14); a expresar gratitud y acción de gracias (véase Fil. 4:6; Col. 1:12) y a interceder sinceramente y con fervor en favor de otros (véase 2 Ts. 1:11; 2:16-17).
La idea de que las oraciones colectivas tienen más posibilidades de mover la mano de Dios se basa en una interpretación incorrecta de Mateo 18:19: “Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos”. Sin embargo, este versículo es parte de un contexto más amplio: el procedimiento a seguir en caso de disciplina en la iglesia. Interpretarlo como una promesa de que los creyentes recibirán cualquier cosa que acuerden pedir a Dios, sin importar cuán pecaminosa o insensata sea, no solo no se ajusta al contexto de la disciplina eclesiástica, sino que también niega la soberanía de Dios.
El Señor Jesús está presente cuando dos o tres personas oran juntas, pero también lo está cuando un creyente ora a solas, incluso si esa persona está separada de los demás por miles de kilómetros de distancia.
La oración colectiva es importante porque fortalece la unidad; es vital para que los creyentes se animen y edifiquen mutuamente (1 Ts. 5:11); y para que unos a otros se estimulen al amor y a las buenas obras (He. 10:24).
Tim Hadley, Sr.