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Diez años antes de este episodio, Elimelec, Noemí y sus dos hijos se mudaron a Moab para escapar del hambre que azotaba la tierra de Israel. Planeaban trasladarse temporalmente, pero Elimelec murió y sus hijos se casaron con mujeres moabitas, Orfa y Rut, pero ellos también murieron. Esto dejó a las esposas y a Noemí viudas.
Al enterarse de que nuevamente había alimentos en su tierra natal, Noemí decidió regresar a Belén en tierra de Judá. Orfa y Rut la acompañaron en su viaje. Sin embargo, Noemí animó a sus nueras a regresar, deseando que el Señor les permitiera encontrar descanso en la casa de sus maridos. Aunque las amaba, y sin duda deseaba lo mejor para ellas, los años que había pasado en Moab, rodeada de idolatría, había endurecido su sensibilidad espiritual.
Orfa siguió el consejo de Noemí y, después de llorar juntas, regresó a su pueblo. Noemí instó a Rut a regresar con ella: “He aquí tu cuñada se ha vuelto a su pueblo y a sus dioses; vuélvete tú tras ella” (v. 15). Una vez más, Noemí dio un mal consejo. Tal vez estaba poniendo a prueba a Rut, pero cualquiera fuese el caso, Rut se negó a regresar e insistió en seguir a Noemí, diciendo: “Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios” (v. 16). Con fe, Rut se convirtió “de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero” (1 Ts. 1:9). Aunque el camino no sería fácil, ella persistió y Dios la bendijo con un esposo piadoso y un lugar en la genealogía de Cristo. Es importante recordar que unirse en un yugo desigual no es una opción para un cristiano.
Eugene P. Vedder, Jr.