Digo, pues: anden por el Espíritu, y no cumplirán el deseo de la carne.
(Gálatas 5:16 NBLA)
Nosotros, en quienes habita el Espíritu Santo de Dios, tenemos la capacidad de caminar en el Espíritu en nuestra vida diaria, evitando así cumplir los deseos de nuestra naturaleza pecaminosa. Aunque no tengamos la fuerza para vencer la carne, el Espíritu Santo sí la tiene. Cuando la carne se opone al Espíritu e intenta impedirnos actuar de acuerdo con él, el Espíritu Santo la enfrenta y la vence. Esto sucede para que no cumplamos nuestros propios deseos, sino que actuemos únicamente según la voluntad de Dios. De esta manera, aunque sea en nuestra debilidad, podremos decir lo que el Señor Jesús dijo: “Siempre hago lo que le agrada” (Jn. 8:29). ¿Se cumple esto en nosotros?
Podemos distinguir claramente si lo que se manifiesta en nuestra vida son obras de la carne o frutos del Espíritu. Tienen características tan diferentes que podemos reconocerlos sin dificultad. Nadie duda de que el adulterio, la fornicación, la impureza, la lascivia, etc., sean obras de la carne. Pero ¿estamos igualmente convencidos de que las enemistades, las peleas, los celos, las iras, las contiendas, las divisiones, las herejías y las envidias también sean obras de la carne? Incluso si vivimos de manera irreprochable, es posible que nuestro caminar sea según la carne (véase Fil. 3). No nos engañemos a nosotros mismos. El Espíritu busca únicamente la gloria del Señor Jesús y nunca nuestra propia honra. Aprendamos a evaluar nuestra propia vida.
El Espíritu de Dios habita en nosotros, ¿acaso no saben que nuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo? (véase 1 Co. 6:19). Entonces, ¿no debería él dirigir nuestras vidas? ¿No deberíamos consultarle en todo lo que hacemos? ¿Utilizamos nuestros cuerpos de una manera que lo entristecemos (véase Ef. 4:30)? ¿O los utilizamos de otra manera, tal vez cuando estamos solos? ¿Podemos llevar al Espíritu Santo a todos los lugares a los que solemos ir? ¿Todo lo que vemos u oímos está de acuerdo con su santidad? Ojalá podamos plantearnos seriamente todas estas preguntas y meditar en ellas.
H. L. Heijkoop