Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida.
Cuando el apóstol Juan habla del Señor Jesús como el Verbo de vida, él lo presenta en términos concretos y que apelan a nuestros sentidos: oír, ver y tocar.
Lo que hemos oído. Los discípulos escucharon sus palabras y se dieron cuenta de que no era un hombre común. Las multitudes se maravillaban de las palabras llenas de gracia que salían de su boca. “Se admiraban de su doctrina, porque su palabra era con autoridad” (Lc. 4:32). Los alguaciles dijeron: “¡Jamás hombre alguno ha hablado como este Hombre!” (Jn. 7:46). Jesús les dijo a los discípulos: “Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (Jn. 6:63).
Lo que hemos visto. Necesitamos algo más que una mirada superficial; debemos tomarnos tiempo para meditar en él. En Lucas 5, leemos acerca de un Hombre capaz de perdonar pecados. La gente, asombrada, decía: “Hoy hemos visto maravillas” (Lc. 5:26). La samaritana dijo: “Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho” (Jn 4:29). Jesús tocó su corazón y le reveló al Padre, quien busca adoradores que lo adoren en espíritu y en verdad. Al enfocar nuestra visión espiritual en él, “vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra” (He. 2:9). El Verbo vino del cielo para salvarnos y nos ha revelado el amor del Padre.
Lo que palparon nuestras manos. En Lucas 5, Jesús extendió su mano y tocó a un leproso. En Lucas 8, una mujer que tocó el borde de su manto fue sanada de inmediato, y él le dijo estas hermosas palabras: “Hija, tu fe te ha salvado; ve en paz”.
¡Verdaderamente, este Hombre es único! En su andar en esta tierra, él extendió su mano a todos con actos de bondad y palabras de consuelo. Diariamente podemos hallar fuerza y ánimo al mirar a Jesús, mientras esperamos su venida.
Jacob Redekop