Como se asombraron de ti muchos, de tal manera fue desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres, así asombrará él a muchas naciones; los reyes cerrarán ante él la boca, porque verán lo que nunca les fue contado, y entenderán lo que jamás habían oído.
El texto bíblico de hoy forma parte de un poema. El Espíritu Santo utiliza la poesía para comunicar algo que la prosa «normal» no podría lograr. Además, este pasaje muestra una conexión muy estrecha entre los intensos sufrimientos del Mesías (v. 14) y las glorias que vendrían tras ellos (v. 15). Ambos versículos se basan en las afirmaciones hechas en el versículo 13, donde se dice que el Siervo sería obediente y prudente, lo que resultaría en su exaltación.
Esto contrasta fuertemente con la historia de Israel. Cuando Dios llamó a Moisés y lo envió a Faraón para liberar al pueblo, Jehová se refirió a Israel como su “hijo”, destinado a ser liberado de la esclavitud egipcia para servirlo (Éx. 4:23).
Los verbos “servir” y el sustantivo “siervo” están estrechamente relacionados con el concepto de servicio y, a menudo, con la filiación. Dios puso a Adán en una posición similar, para que cuidara del jardín en el que lo había puesto (véase Gn. 2:5-17), pero Adán y Eva cayeron (véase Gn. 3). En el caso de Israel, fracasó constantemente en responder a su llamamiento como siervo e hijo de Dios. Sin embargo, cuando el Señor Jesús vino a este mundo y se relacionó con su pueblo (véase Jn. 1:10-11), él cumplió los deseos de Dios de tener un Siervo e Hijo en quien hallar su complacencia (véase Mt. 3:16-17).
En el siglo venidero, cuando Jesús el Mesías reine sobre su pueblo y sobre esta tierra, Israel finalmente cumplirá su rol de siervo e hijo de Dios.
Hoy en día, todos los verdaderos cristianos tienen el privilegio de ser siervos e hijos de Dios (véase Ef. 6:6) y lo serán eternamente (véase Ap. 21:7 y 22:3) para la gloria de Dios.
Alfred E. Bouter