Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo.
En lugar de ser extranjeros y advenedizos, los creyentes ahora son “conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios”. Ser conciudadanos significa que pertenecemos a la misma ciudad, a saber, la nueva Jerusalén. Por lo tanto, compartimos la misma perspectiva del futuro. Ya somos ciudadanos de la nueva Jerusalén, aunque su manifestación es futura. Por otro lado, podemos gozar en el presente de nuestra membresía en la familia de Dios: somos bienvenidos dentro de la casa de Dios como si esta fuera nuestra propia casa.
Los cimientos de la casa de Dios son muy importantes. En la historia de la torre y la ciudad de Babel, no leemos nada acerca de sus cimientos, lo que quizás es una alusión a su inestabilidad y a que no perduraría. Sin embargo, el fundamento aquí es el “de los apóstoles y profetas”. Esto no significa que ellos sean el fundamento en sí, ya que Cristo es el único fundamento. Los apóstoles y profetas colocaron el fundamento cuando proclamaron la verdad acerca de él, su Persona, su obra, su gloria, su relación con su cuerpo (la Iglesia), y todas las verdades que le otorgan un lugar supremo de honor. Esto incluye todo lo que los apóstoles y profetas escribieron en las Escrituras.
Cristo es la piedra angular de esta casa. Él le da carácter y unidad a todo el edificio, y en él, “todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor” (v. 21).
En la actualidad, Dios sigue edificando su morada, formada por todos los verdaderos hijos de Dios. Este es el único templo en el que Dios habita en el presente. ¡Apreciemos estas cosas y respondamos con la gratitud que él merece!
L. M. Grant