Honra a las viudas que en verdad lo son. Pero si alguna viuda tiene hijos, o nietos, aprendan estos primero a ser piadosos para con su propia familia, y a recompensar a sus padres; porque esto es lo bueno y agradable delante de Dios… porque si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo.
(1 Timoteo 5:3-4, 8)
Dios muestra claramente su preocupación por las viudas a lo largo de todas las Escrituras. Él no quiere verlas desamparadas o solas. En 1 Timoteo, Dios nos explica cómo su pueblo debe participar de esta preocupación y ser un canal de bendición para proveer a las necesidades de las viudas.
Nuestro Señor Jesús es un gran ejemplo para nosotros en este aspecto (como en todas las cosas). En Juan 19:25-27, mientras estaba colgando en la cruz, confió amorosamente el cuidado de su madre a Juan. ¡Qué privilegio para aquel que repetidamente se refiere a sí mismo como el discípulo a quien Jesús amaba! Él mismo escribió: “Desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa”. Anteriormente, en Juan 7:1-9, leemos que los hermanos de Jesús, que en realidad eran sus medio hermanos, no creyeron en él. Sin embargo, después de la resurrección y ascensión del Señor, nos regocijamos al verlos, junto con María, perseverando en oración y ruego junto con el resto de los discípulos (véase Hch. 1:14).
La voluntad de Dios es que los cristianos asuman la responsabilidad de atender las necesidades de sus madres y abuelas viudas. Tal bondad y amor no está limitada, pues puede extenderse a otros parientes viudos. Dios no exige que los empleadores, los gobiernos o los parientes incrédulos sean los encargados de tales cuidados, pero claramente no impide que una viuda creyente acepte el apoyo a quien tiene derecho por lazo familiar o por ley. Sin embargo, sí espera que los creyentes muestren amor a sus familiares viudos.
Eugene P. Vedder, Jr.